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SLAVA´S SNOWSHOW: UN MENSAJE DE ESPERANZA

  • CRÓNICA DE ARMIN FERNÁNDEZ
  • 17 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

Me habían contado de la magia de esta obra, pero hasta que la viví, puedo decir que es lo mejor que mis ojos hayan visto y mi corazón sentido. No es como cualquier obra que te mandan para cumplir con una tarea escolar, o porque de ahí sale para la comisión del maestro, o simplemente para matar tiempo; no, no.


¡Es algo completamente espectacular!


Slava Polunin es el genio artista ruso creador de esta gran joya del teatro, y es el clown más popular del mundo, el cual le rinde honores a la melancolía, al momento mágico, a la alegría que mucha falta le hace a nuestro país.



Quizá suene exagerado, pero la obra saca al espectador su alma infantil, que es reprimida estúpidamente por el “yo, adulto amargado y corrompido”, y que permite encontrarnos con nuestra ingenuidad y nuestra inocencia, que tristemente está atrapada en un cúmulo de sentimientos reprimidos por nuestra forma de vida del día a día.


Eso es Slava’s Snowshow, que comenzó su temporada en México en el Centro Cultural Teatro Uno (antes Telmex), y en el cual, tuve la oportunidad de vivir esta experiencia el sábado 14 de mayo de 2016.


Slava Polunin —por lo regular— interpreta a Asassai, el un payasito envuelto en su ancho traje amarillo, con zapatos exagerados de peluche color rojo, nariz redonda y colorada, cabellos desordenados y sus característicos ojos tristes. Esta vez, le toco al actor ruso Tyhoma Shimo realizar esta bella interpretación.


A bote pronto, haré una sinopsis de esta obra, que no tiene una trama en sí.


Es la historia de un payasito deprimido que está a punto suicidarse, pero a raíz de esto, le sucede una desencadenada sucesión de momentos risorios y fuera de lo común, momentos cargados de emociones, con la fuerza y la vibración similar a la clásica tormenta de nieve que nos regala la puesta en escena.


Como acabo de mencionar, no existe una trama específica, pero sí una conmovedora historia, con una sucesión de sketches de lo que realiza el triste Asassai, acompañado por otros siete payasos errabundos que comparten sus quimeras hasta convertirlas en una realidad.


Esa es la magia que trasmite Slava Polunin en sus personajes: un mensaje de esperanza, que se queda impreso en el corazón del espectador; un mensaje tangible, que nos hace sentir que todo es posible.


Lo particular de esta obra es que el mensaje se trasmite a través de maniobras, no de palabras; y se transmite nostalgia, reflexión, melancolía, empatía, tristeza, alegría. En fin, lo que uno pueda percibir con el sentimiento.


Al empezar la función, tiene como inicio esa hermosa banda sonora del compositor Vangelis: La petite fille de la mer. Simultáneamente entra Asassai, afligido, mirando sus manos con una soga entre sus dedos, pues —presuntamente— desea suicidarse. Pero al jalar el lazo se encuentra con la presencia de otro payaso vagabundo, vestido con una gabardina verde, y que curiosamente tiene la misma intención de inmolarse.

Es ahí, en ese encuentro, donde da inicio al encantamiento de la obra.


Me quedé observando los movimientos precisos y minuciosos que hacen los clows; la meticulosidad en sus pasos; inclusive, la trasmisión de sentimientos en sus miradas. ¿Por qué lo identifiqué tan cerca? Porque adquirí las entradas para la primera fila de la Zona Orquesta y me tocó observarlos a no más de dos metros de distancia, y sin presunción, es el mejor gasto que uno puede hacer en la vida.


Procuraré no contar la obra, sería muy mala onda de mi parte hacerlo para quien no la haya visto, pero puedo decir que para comprender lo que los personajes nos quieren decir, hay que entender con el sentimiento; y al mirar bien a Asassai, se puede comprender lo que él quiere trasmitir, al igual que analizar todos sus actos para poder llegar a conclusiones propias.


Como parte del espectáculo, los payasitos verdes interactúan con nosotros: bajan del escenario y abrazan sorpresivamente a algún espectador, escalan lugares por encima de las personas sentadas en las butacas y las mojan con botellas de agua vertidas en la punta de sus paraguas.

Yo les doy un consejo: no se salgan a comprar chucherías en el intermedio, porque en éste se vive la parte más divertida de la obra.


La parte más emotiva: el perchero. Pero insisto, no deseo contar el final de la trama. Sólo puedo escribir que enormes pelotas de colores esparcidas por todo el recinto, la Luna; y sobretodo, la nieve de papel, tienen una gran sorpresa para el prospecto espectador que esté dispuesto a pagar 1 mil 516 pesos por vivir esta aventura. Si bien es cierto que se vendieron localidades a un costo menor, la experiencia —sin duda— no es la misma, pues estas localidades se ubicaron en la planta alta del Centro Cultural.


Al terminar la obra, y en medio de pelotas y colores, no podía faltar la foto con Asassai. Sinceramente no sé si en demás funciones haga lo mismo con sus diferentes espectadores, pero, en este caso, tuvimos la oportunidad de tomarnos fotografías con él, y tuvimos aún más la suerte de ser los primeros en retratarnos con el clow —por lo mismo, que estábamos en primera fila—.


Algo lamentable a destacar es que hubo conatos de bronca al quererse tomar una foto con el payasito, pues en cuestión de segundos se hizo una fila enorme, y la preocupación de que Asassai se fuera al camerino era evidente en los espectadores, que mostraron durante su espera mucha ansiedad, e incluso, reclamos hacia las personas que se metían en la fila.


Sin embargo, eso no mancho para nada lo que Slava ya nos había sembrado con su majestuosa obra.


Para culminar, y como bien dijo Bradford West, el actor payasito verde que ofreció una conferencia de prensa el 12 de mayo de este año: “(Slava´s Snowshow) es algo que no entiendes con la cabeza, lo sientes con el corazón, es una experiencia sensorial, no es tan fácil decir pasa esto o aquello, es diferente y cada representación es especial y única”.

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